La Noche de Ánimas (noche del 31 de octubre), es un hito festivo que marca la fecha límite para que semillas y almas se incorporen al espacio que la Naturaleza les ha asignado: el inframundo.
Dice el refrán: el que no siembre en noviembre que no siembre, porque ya no merecerá la pena.
Lo mismo ocurre con las almas que tienen el primer día y la primera noche de ese mes para integrarse a los espacios acotados para ellas: los cementerios.
Con ese fin el hombre prepara una serie de rituales tendentes a conducir a las almas perdidas, o a las que se niegan a aceptarse como tales y aún se aferran a los espacios vitales. Ruidos, oraciones, luces y alimentos tratarán de facilitarles el tránsito para que se vayan a esperar la resurrección.
«La llegada de la aldea global ha hecho que todos queramos alcanzar ámbitos culturales que creemos que son superiores». Esta es la causa que, según el etnólogo José Antonio Adell, ha hecho que se pierdan muchas de las tradiciones que se conmemoraban el día de Todos los Santos. En este sentido, Adell señala que ahora la gente joven intenta asumir costumbres o tradiciones que no han sido nunca de nuestra tierra, como el «Halloween», una fiesta que nada tiene que ver con la sociedad aragonesa «y que nadie conocía hace cuarenta o cincuenta años».
«En la antigüedad la relación con los muertos era mucho más fluida. Eran errantes e iban por los montes precedidos de deidades femeninas o de un cazador salvaje. Por ejemplo, hay testimonio s del siglo XIV en el Pirineo de supuestas apariciones de estas figuras errantes. Las almas cuando morían recorrían la vía láctea, el Camino de Santiago, de Oriente a Occidente. También, en la zona del salto de Roldán se decía hasta hace poco que en estos días salían las almetas con un gigante y se dirigían a un pueblo cercano, donde los recibían con balas de cera para quitarles las penas».
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